La Máquina Del Tiempo

La primera vez que vine a Tingo María fue en 1977, cuando solo tenía 11 años. Mis padres nos habían traído (a mi amiga Rocío y a mí) a Huánuco, para la fiesta de Los Negritos. Mi tío Miguel había fundado su hoy muy famosa Cofradía de Negritos «Miguel Guerra Garay» así que nosotros los chíuches nos divertimos de lo lindo comiendo pachamanca, siguitiando a la cofradía y aprendiendo a esquivar las travesuras de los corochanos.

Pero claro, la fiesta se acabó, y entonces todo el mundo le recomendó a mi papá que nos llevara a conocer la belleza de la selva, a relajarnos con la naturaleza, la Cueva de Las Pavas, el aire puro… un largo etcétera. Así que, a Tingo María nos vinimos.

Fue un viaje un poco accidentado, porque en 1977 la carretera no estaba asfaltada sino apenas afirmada, y encima en algún lugar cerca de Carpish hubo que esperar horas a que limpiaran un huayco. Yo aluciné al cubo, porque en muchos tramos los árboles que crecían a ambos lados de la trocha formaban una especie de túnel con sus ramas y copas, tal cual ocurría también en esa época con los ficus de la Avenida Venezuela cerca de la Universidad de San Marcos. Siempre me gustó mucho la naturaleza, y pese a todo disfruté mucho de esa travesía. Por cierto, esos túneles de árboles ya no existen, ni en la Avenida Venezuela ni tampoco en la carretera Huánuco-Tingo. La gente los ha talado en nombre del progreso.

Así que tras la odisea llegamos tarde a Tingo, y nos instalamos en un precioso bungalow con vista al río Huallaga del en ese entonces Hotel De Turistas de la extinta EnturPerú, hoy Hotel Madera Verde. A partir de ese momento mis recuerdos son confusos, pero me parece que fuimos a almorzar y pasear por el centro de Tingo, que no era ni la mitad de grande de lo que es hoy, y en ese paseo fue que nos tomamos las fotos. Aunque en ese entonces nadie ni soñaba con que un día existiría Instagram, nos hicimos algunas fotos instagrameras, es decir posando con La Bella Durmiente al fondo y en compañía de las vendedoras shipibas, las que por cierto pidieron one dollar después de la foto 🙂

Lamentablemente la visita a Tingo María duró apenas ese día, porque mi mamacita resultó tenerle una fobia terrible a los insectos, y con su tremenda miopía veía avispas gigantes por todos lados y tenía ataques de ansiedad creyendo que nos iban a picar, y no quiso quedarse más. Entonces mi papá decidió que nos regresábamos al día siguiente. De todos modos, desde que nos levantamos hasta que fuimos a buscar el colectivo a Huánuco, tuve tiempo de divertirme en los jardines y paisajismo del hotel mirando correr al Huallaga, observando flores, plantas, mariposas, y hasta una culebrita asoleándose en la piscina vacía, correteando con mi amiga Rocío, y etc. Y cuando ya nos fuimos me quedé pensando en que algún día iba a regresar.

Después de ese viaje empecé la Secundaria, después apareció el terrorismo de SL y del MRTA; terminé la universidad y el terrorismo seguía por todo el Perú, así que no pude volver a Tingo María hasta los años 90, por un viaje de trabajo. Pero, como dice el dicho popular, la vida da muchas vueltas. Mi marido y yo nos presentamos por tercera vez con nuestro proyecto de ecoturismo en Tingo María a los fondos concursables de Mincetur… y al fin ganamos. Fue así como dejamos Lima y nos convertimos en residentes tingaleses; ejecutando un proyecto propio en medio de una pandemia.

Ni en mis más locos sueños me lo hubiera imaginado ni en 1977 ni en 1996, pero hoy ya llevo poco más de dos años viviendo y trabajando aquí. Y me seguiré quedando en Tingo un buen rato, no sólo porque tenga un emprendimiento aquí, sino entre otras razones porque es una ciudad segura, acogedora, y donde para salir a alguna reunión se llega en 10 minutos, sin tener que sufrir hora y media de horroroso tráfico.

Mi papi no aparece en la foto familiar de 1977 porque él la hizo, y sí, fue con mi camarita Kodak Instamatic 54x de la que ya he escrito anteriormente. No estoy segura, pero por el ancho de la calle creo que estamos en la Alameda. Y por cierto, si alguien identifica a las señoras shipibas que posaron con nosotros, me haría gracia poder saludarlas. La foto de 2022 la tomó mi marido frente a la Municipalidad en una de las visitas de mi hija, que estudia en Lima.

Las dos fotos me han dejado pensando. Como jugando, entre una y otra han pasado nada menos que la friolera de 45 largos años. Y aunque ya es lugar común decirlo, han pasado como un suspiro. La mamá de 2022 todavía se acuerda muy bien de lo que sentía la niña de 1977, y se acuerda mejor de lo que es tener 20 años. De hecho, aunque mi mente cree que todavía tiene 27, ya más de una vez los alumnos me han hecho entrevistas en mi calidad de testigo presencial de la historia… y en Tingo María han habido bastantes cambios, unos positivos y otros no tanto, pero así es la evolución de las ciudades.

¿Cómo será Tingo María dentro de otros 45 años, es decir, en el año 2067? Invito a todos mis amigos tingaleses a hacer hoy un ejercicio de imaginación. ¿Cómo creen que será, o cómo les gustaría que fuera?

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