Este juguetito fue mi primera cámara. Usaba cartuchos de película 126, y para interiores el «cuboflash». Mi padre me la compró en el Foto Estudio Progreso, de la Avenida Venezuela, cuando yo tenía 10 u 11 años (luego de que le estuve jode y jode la paciencia por meses para que me la comprase).
La usé asiduamente hasta mi primer año de universidad: allí descubrí las reflex y aprendí fotografía con los mejores (gracias Momimo, gracias Manuel Chambi) y con una Pentax K1000. En esa época también conseguí una Olympus Pen, que me acompañó muchos años, hasta que alguna mudanza se perdió.
Esta mi Kodakcita apareció el año pasado (o el anteaño, creo), había estado escondida en alguna caja.
Ahora la conservo, de puro cariño por esas épocas, pero de seguro si le pusiese un cartucho de aquellos funcionaría. Pero da igual aunque no la pueda ya usar, el valor de los recuerdos que me trae no tiene precio.
Muchas de las fotos que hice con este juguetito comprado en 1976 aún existen (incluso conservo algunos negativos). No puedo evitar pensar en las cámaras digitales compactas y en los smartphones con cámara que ya he tirado por inservibles u obsoletos al año o dos años de usarlos, y hacer comparaciones.
¿Qué pasará dentro de 40 años con los archivos de todas las fotos digitales que hoy estamos tomando (ya sea con smartphones, compactas o reflex digitales) todos los días? ¿Existirá aún el JPG? ¿Habrán dispositivos que los lean? ¿Tendremos que migrar nuestros archivos de un formato a otro veinte veces?
A mí que tengo 50 años estas preguntas puede que ya no me causen demasiada preocupación, pero ¿y los fotógrafos que hoy tienen 18, 25, 35 años?
Como para pensarlo…
Mejor ni ponerse a pensar, seguro que las posibilidades escapan a nuestro conocimiento actual.
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