
Cada vez que voy a este sitio recuerdo la mañana de 1992 que me tocó ir a hacer fotos allí (carnet de prensa en mano), al día siguiente del atentado con coche-bomba en la calle Tarata. Tenía que hacer fotos de lo que había quedado: el lugar parecía una zona de guerra en medio de la ciudad.
Tuve la oportunidad de subir a uno de los edificios, que se había quedado sin paredes. Hoy no me queda ni una de esas fotos porque en esa época se entregaban los negativos a la empresa (ojalá exista aún en algún lado el archivo fotográfico de la Revista «1/2 de Construcción»). Pero, aunque no quede en mi poder ni una de esas imágenes en físico, todo lo que vi y viví esa mañana y todo lo que compartí (periodística y emocionalmente) con los residentes con los que pude hablar ese día, estará siempre en mi memoria.
Hoy, casi 22 años después del atentado (se cumplen este 16 de Julio), suelo pasar por allí a menudo con los estudiantes, y hay veces en que nos detenemos allí para que hagan sus prácticas fotográficas. Ellos o no habían nacido o eran muy pequeños en 1992: saben que hubo terrorismo y que algo pasó en Ayacucho, en Huancavelica, en Lima o en Tarata, pero por referencias, artículos/fotos viejas, o por lo que hayan escuchado en casa. Son jóvenes: los veo departir y bromear y jugar entre ellos alegremente, totalmente ajenos a los recuerdos de nosotros los mayores: ellos, como dice Gibrán «habitan en la casa del mañana», y eso es ley de la vida. Algún día ellos tendrán 48 años y les tocará hablar con los jóvenes, y el ciclo se repetirá, como se ha repetido desde que el mundo es mundo.
Y si me detengo a escribir estas líneas es porque todavía me resulta «alucinante» como dicen los chicos el estar allí en Tarata, y más aún en circunstancias relacionadas con la fotografía… porque siempre termino con un tremendo «flashback» en el cual vuelvo a estar trepándome encima de los escombros, subiendo por una escalera semidestruida, arrimando con el pie los pedazos de ladrillo para poder avanzar delante de las ruinas que todavía echaban humo; delante del muchacho que buscaba sus libros y otras pertenencias entre las ruinas de lo que había sido su casa; vuelvo a estar hablando con la mujer que me pidió que haga fotos de la devastación total de su departamento, con el hombre que me comentaba que no sabía nada de su vecino y temía que podía haber muerto…

Evidentemente, más allá de contarles a los chicos lo que nos tocó vivir, de incluir el tema de la violencia subversiva en las currículas escolares y de prevenirlos contra doctrinas extremistas, o de animarlos a que se informen de estas cosas, lo que nos toca a nosotros es dar el ejemplo en cuanto a aprender de de nuestra historia para no repetirla. Y en eso, lamento tener que decirlo, estamos fallando clamorosamente. Mucho «boom peruano», mucha alegría por las cifras de crecimiento y la macroeconomía y porque ahora todos se están enganchando en la espiral del gasta-hoy-y-paga-mañana, pero… basta con salir a la calle y leer los periódicos y ver que las profundas brechas de desigualdad siguen allí, y que mucho de lo que en mi época se llamaba «el caldo de cultivo» del terrorismo sigue (lamentablemente) vigente.
Y cierro este post con otra foto inspirada en la generación del hoy y del mañana, de la que espero que construya un mejor país, un Perú más justo, honesto y «vivible».

Solamente me queda decir que espero lo mismo que tú.
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Ma.Isabel: Quisiera remarcar que el terrorismo duro fue el de la década de 1990 y no cómo pretendió la propaganda de la dictadura de Fujimori al achacarlo a la década anterior.Es bueno que los estudiantes de periodismo lo tengan en cuenta e investiguen lo ocurrido entonces.
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