Con esa expresión resume Shinki la esencia de su arte, del que podríamos decir que recoge la herencia de sus entrecruzadas tradiciones culturales; orientales, andinas y europeas. Sus lienzos, que según unos versos de Sologuren son «…una clave de luz desconocida», entremezclan temas recurrentes del arte clásico occidental y oriental, en un estilo único que ha logrado un exitoso recibimiento por la crítica extranjera. Sin embargo, la evolución que ha seguido para alcanzar el peculiar estilo que hoy lo caracteriza ha sido larga, y ha requerido mucha lucidez e introspección por parte del artista. Shinki nos habla de esto, hace recuerdos de su infancia, y también comparte divertidas anécdotas de su amistad con el desaparecido pintor Humareda. Esta entrevista fue realizada hace algún tiempo ya: pero conserva su valor testimonial.
Me estaba hablando de su infancia. Ud. creció en el norte chico: ¿tiene algún recuerdo en especial de esa época?
Muchísimos. Tenga en cuenta que yo soy hijo de padre japonés y de madre peruana y que me he criado en la hacienda San Nicolás, hoy casi desaparecida. Allí estaba el colegio japonés, y solía ir de vacaciones al sitio donde tenía el negocio mi padre, la hacienda Llamachupán, en el fondo del valle de Pativilca. Su negocio era una bodega de esas tan particulares que hay en el interior del país que les llaman tambos, que son una mezcla de farmacia, bazar, bodega, etc. Yo iba a visitarlo en vacaciones y siempre me llamó la atención, en esos años antes de la II Guerra Mundial que en el pueblo no habían chicos con quienes jugar, y era que allí se morían “como pollos”, porque la hacienda estaba ubicada en un cañón donde había un viento de los mil diablos que enfriaba a los chicos. Hacía calor en verano: después soplaba ese viento y los mataba. Y en esa época no había penicilina ni nada de esas cosas. Yo fui por esta situación un niño solitario, que jugaba solo, pero me acostumbré, lo extraordinario de la naturaleza humana es que se acomoda fácilmente a las circunstancias. Casi sin darme cuenta gozaba de mi soledad y hacía mis propios juegos correteando lagartijas, yéndome a bañar al río… era divertidísimo. Lo gracioso es que han pasado tantos años de eso y en mi pintura salen elementos del lugar, como por ejemplo las lagartijas, que están presentes en mi pintura, es una cosa increíble. No es que lo ponga adrede, sino que simplemente me sale. No tengo otra cosa que poner, y siento que aquí quedan las lagartijas, y las pongo.
Ud. salió de Bellas Artes como un pintor abstracto, y después ha tenido una larga evolución. ¿Podría recapitular este proceso?
Claro. Fui invitado por los organizadores en el Perú a participar en la VII Bienal de Sao Paulo. Yo era el más joven de los peruanos: era 1963 y había egresado en 1962. No tenía ni un cobre, pero sí buenos amigos. Uno de ellos era Alve de Lima, agregado cultural de la embajada del Brasil, simpatiquísimo, amante de la música y la poesía, de la pintura, amigo de artistas… Y cuando se enteró que yo iba a participar dijo «usted tiene que viajar, de todas formas. Haga lo posible por estar allá y yo lo pongo en un avión». Así que yo todo entusiasmado hice algunas ventitas para tener algo en el bolsillo, y él me puso en un avión de la Fuerza Aérea de Brasil. Llego al Brasil, comienzo a caminar las galerías de Río y en todas ellas veía pintura abstracta. Después nos fuimos a Sao Paulo, donde se realiza la bienal, y ví allí que casi el 85% o 90% de todos los participantes estaban dentro del expresionismo abstracto : y eso no me gustó. Me llegó a preocupar. Yo estaba feliz por haber viajado, pero la realidad era que yo era uno más de los tantos que estaban allí, y eso me dolió. Entonces regresé sumamente preocupado de Sao Paulo, y dije «ha llegado el momento de replantear mi pintura para no ser uno de los tantos. Ahora, a viajar». En Estados Unidos recorrí galerías, museos, talleres, conversé con gente que sabe de pintura… fue una experiencia tremenda, dolorosa, encontrarme siempre con la misma cosa. Yo le pregunté a mi amigo Carlos Dávila (hijo de Alberto Dávila) «¿quién es el artista joven más prestigioso que hay dentro de los Estados Unidos?» y él me dijo «Justo hoy inauguran una exposición suya, vamos!». Llegamos, y ví que en la tela, no había nada; sólo un color, ni un punto ni una raya. Uno medio verde, otro anaranjado, otro azul grisáceo, y así… entonces dije «nos vamos, tú a tu casa, yo a mi hotel por mi cuenta» porque no quería ni tomar el Metro de lo triste que estaba. Pensé «Si esto es el arte, a mí no me interesa la pintura». Estaba totalmente decepcionado, y caminé no sé cuántas cuadras hasta llegar al hotel, y cuando estaba por llegar de repente me vino como una iluminación y me dije a mí mismo «Pero Venancio, ¡qué bruto que eres! La salida para tu pintura no la vas a encontrar en otro sino dentro de tí mismo». Eso me salió después de haber caminado horas, y después me dí cuenta de que tenía razón. Regresé al Perú y me recluí por meses: me dediqué a replantear mi pintura dentro del taller y empezaron a salir cosas figurativas. Y seguía buscando y pasaron los años. Me gustó la figuración, y pensé que valía la pena seguir intentándolo por allí. Y así empecé cada vez más a aclarar la vuelta a la figuración, más concretamente.
Tengo entendido que Víctor Humareda tenía un desacuerdo con Ud.: ¿de dónde salió esta «antipatía»?
[Se sonríe] No, no, el Cholo fue siempre muy gentil conmigo. Te voy a contar una de estas anécdotas. Habían pasado por Lima una película que conmovió a los jóvenes de esa época: «Arroz Amargo» con Silvana Mangano, una actriz italiana. Él no se aguantó y la dibujó a tamaño natural. Cuando fui a su departamento, ví que a la cartulina del dibujo le había hecho un hueco a la altura de la boca. Entonces yo le digo «¡Oye, la has dibujado a la Silvana! Y ese hueco?» Y él me contesta «Es para que me acompañe. Cuando yo fumo, después le toca a ella»… Como ésas yo le he gozado muchas, uf, cosas como «Ayer he conversado con Toulouse-Lautrec y me ha dicho tal cosa». Pero era teatral. Cuando veía que venía un periodista se ponía en pose. Eso le encantaba, era todo un personaje. Él me insultó un día; yo ya había egresado como pintor abstracto y él dijo que la abstracción para lo único que servía era para decorar corbatas. Yo no le dije nada, pero yo estaba un día en la Escuela, los rayos iluminaban las flores del patio, repente lo veo al Cholo. Le digo «ven acá» y se acerca, refunfuñando, y yo le digo, con lisuras y todo naturalmente: «Oye Cholo…. ¿ves esas flores blancas cómo están iluminadas por el sol? ¿No te parece hermoso?» y él me dijo «Sí». Le dije «Bueno, ¿sabes lo que es la abstracción? Es el toque de esas luces sobre la naturaleza, ese impacto sobre la naturaleza, eso es lo que recoge la abstracción. No se trata de dibujar cómo reciben la luz todas las flores, sino solamente el impacto: eso es la abstracción. ¿Entiendes?». A regañadientes me dijo [murmurando] «No sé, no sé». Pero nunca lo lo traté con «mala leche». Yo sabía que él vivía en unas condiciones tremendas y a mí me daba pena, yo sufría muchísimo. Y creo que en el fondo él también me apreció mucho, porque sabía que aunque yo lo criticaba duro, lo que le decía era para su bien. Nunca tuvo animadversión por mi persona, en lo absoluto.
¿Ud. cree que el arte contemporáneo va a terminar por romper con el soporte?
Eso no sabría decirlo yo. Mira, los que están “matando verbalmente” a la pintura son los que llegan a un momento en que su pintura ya no tiene nada que decir y quieren salirse de ella, cambiar a otro soporte. Hacen instalaciones, ponen luces, hacen video, etc., porque ellos ya no dieron como pintores. Creo que debe haber la especialización de los que hacen instalaciones. Aunque hay instalaciones buenas y malas, como en la pintura. Cuando ese señor que ha querido matar la pintura se lanza a hacer otra cosa, es porque ya mató «su» pintura: lo que no ha matado es La Pintura.
Ud. es ahora un artista exitoso. ¿Siente algún tipo de presiones del mercado?
Para nada. Cuando digo que no tengo pintura, no tengo pues. Uno puede decir que si ya alcanzó cierto éxito tiene que aprovechar para producir más pintura, pero a mí no se me ocurre eso. No se me ocurre. Yo ya sé que no voy a ser un gran millonario, y no lo necesito. Lo único que necesito es vivir decentemente el resto de mi vida como artista. Punto. Así que aunque suenen campanitas bonitas diciendo «este es el momento», o el «tengo que aprovechar esta coyuntura para poder vender», yo no. Yo pinto porque tengo ganas de pintar, no para vender. Si a buena hora se vende, qué suerte, enhorabuena, ¿no? Si no, igual, bien por que tengo el cuadro. Yo no «fabrico» pinturas». Soy un porfiado captador de imágenes, que pongo sobre la superficie de la tela, y en eso me doy cuenta de que me demoro una barbaridad.
Ud. ha viajado mucho y ha podido ver bastante otros países y el arte que se hace en ellos: pero ha desarrollado su carrera acá. ¿Cómo siente Ud., como artista, el tener como entorno vital a un país como el nuestro?
Es una maravilla. Es mi gente, es mi acontecer, y eso es importante. Yo percibo mejor mis cosas que lo que acontece en Estados Unidos, en Japón, en Europa, etc., pese a que lo veo también en televisión: pero esto es lo mío. Siempre he dicho que un pintor no puede de ninguna manera ser ignorante de lo que acontece en su país: tiene que saber la realidad en que está viviendo. Para mí eso es importante. Y uno no puede encerrarse en que mi mundo, mi taller, mi mujer: no, uno tiene que saber dónde está su casa, en Lima, Perú, Latinoamérica… También tengo ojos para ver arte africano, europeo, norteamericano, todo, OK, pero primero, lo que yo más siento es esto de acá, Latinoamérica. No me dirás que una música cubana no te emociona como si fuera tuya, o que una música venezolana no lo sientes como si fuera tuya: ¡la gozas! Y la gozas más que un gringo, más que un japonés, estoy seguro, porque es nuestro sentir. Yo lo siento más. Yo parto de este sentir, mi pintura es de este sentir. También puedo viajar y aprender en un viaje, por ejemplo. Uno tiene que tener ojos para ver, recrearse, saborear, analizar, todo. Es lo que pasó con mi pintura.
¿No cree en la globalización?
Totalmente, no. Aunque quién sabe si de repente estoy muy viejo, quién sabe si los chicos van a tener la capacidad de abarcar más allá. Lo que yo veo en los jóvenes pintores es que imitan mucho lo que se hace fuera, y eso está mal. Mi concepto es primero conocer lo de acá, el sentir nuestro, el sentir latinoamericano; argentino, uruguayo, chileno, todo lo nuestro, y después lo más lejano.
¿Qué tipo de dificultades afronta un artista como Ud. en el Perú, concretamente?
Primero, hay que saber que ésta es una carrera totalmente incierta. Yo jamás pensé en vivir de la pintura. Eso no estaba dentro de mi cabeza. Y estoy seguro que la gran mayoría no lo pensó así. Probablemente sí habían algunos chicos que pensaban hacer paisajitos, florecitas, para poder vender, porque tenían mucha habilidad y ya vendían. Pero otros muchos como yo habíamos entrado a Bellas Artes románticamente, para dominar un arte : pero no para vivir de ese arte.
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Publicado en la «Guía de Arte de Lima», Junio 2005
Excelente entrevista,una oración para calmar la angustia de quien escribe,un joven pintor chileno.Con respecto a la globalización,si bien el maestro se sabe muy viejo para dar a conocer su observación sobre el fenómeno,creo que su opinión es joven.Es verdad se copia mucho lo que se hace afuera…yo diría que se copia mucho lo que se hizo afuera, por ejemplo;prolifera en Chile el arte que interviene los espacios y no aquel que se hace parte de los espacios(públicos),la búsqueda creativa insiste con realidades no visuales,lo cual no es malo,pero todavía se analizan en estas los debates de la posguerra y el holocausto,el arte sigue amarrado a concepciones sociales y políticas que nisiquiera son nuestras y si la hacen sobre globalización,siempre será una visión supeficial,EEUU,consumismo,contaminación y derechos humanos suenan constantemente en un disco,tela o mármol,es mareador y tienen el atrevimiento de presentarse como propuestas innovadoras.Creo que la globalización es la versión moderna que tiene,llamese ‘poder o imperio’,para unificar,en el pasado fueron países o continentes ,hoy la unificación del mundo,ahora bien ¿bajo que realidad se está fundamentando este ordenamiento?Bajo lo que quiere la verdad basada en una mayoría votante que es irreflexiva,supongamos que el malo de la película fuera el ‘tío Sam’,la gran mayoría repudia al ‘tío Sam’,pero no le molesta cuando se hecha abajo un edificio del siglo IX, patrimonio cultural,por una ridícula copia de un lustroso y moderno edificio newyorkino,pues es muestra de un país que’progresa’.¡Pobre de aquel que diga lo contrario!Pues es un fascista,comunista,fracazado,amargado y antipatriota.La solución política que dan algunos,las considero como frases halagüeñas,unificar latinoamérica es imposible,como dijo alguien,tendríamos que ser nuevamente conquistados,pero esta vez por ingleses.Conquistadores o españoles facinerosos de escapulario al cuello(dijo don Pablo)y el Arauco indomable,incas,mayas,aztecas…hispanoamérica no puede ser solamente nuestro pasado,sino,nuestro presente,nuestra tradición no puede ser interrumpida por políticas económicas y si esta la afecta mas que interrumpirala,como dice Shinki,’no podemos dejar de sentir lo nuestro,el sentir latinoamericano’,por la sencilla razón que esto para nosotros es todo dentro de algo que es nada,esta unificación sin rostro,la globalización.El Arte latinoaméricano tiene en esto una gran tarea. Un fraternal saludo.
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disculpe,es ‘echar’,error de imprenta(quisa hay varios,la ortografía y redacción no son mi fuerte)Felicitaciones por la página.
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Yo sueño con tener un cuadro del maestro Shinki… Espero que pronto mi sueño se haga realidad.
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Me encantaría comunicarme directamente con el maestro Shinki, a quien tuve la oportunidad de visitarlo en su estudio, hace más de 10 años. Soy un artista ecuatoriano y quisiera obetener el dato señalado. Muchas gracias,
MB.
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