Roberto Huarcaya es uno de los artistas visuales peruanos más destacados surgidos a partir de 1990; ha sido representante de nuestro país en importantes eventos internacionales de arte, como la VI Bienal de la Habana en 1997 y la Bienal de Venecia en 2001. En su fotografía, por un lado, ha desarrollado varias series de retratos de individuos de origen y ubicación diversos en la sociedad peruana, y por otro lado, se ha volcado insistentemente a representar el ciclo de la vida en distintas versiones, centrando su atención en la fragilidad e incertidumbre asociados a la existencia, para rescatar lo que es particular a la sensibilidad y memoria del ser humano, en el placer y en el dolor.
Si tuvieras que definir toda tu trayectoria en una sola imagen que la simbolice, cómo la compondrías o cuál sería?
Creo que sería alguna de “El último viaje”, que es un juego ambivalente donde lo primero que uno lee son formas, texturas, movimientos, cosas que de una u otra forma te remiten a una imagen de vida, para luego darse cuenta de que lo que se ve en realidad son los restos de un auto accidentado, y viene el cuestionamiento, el pensar qué pasó con la gente… Esto lo trabajé con los vehículos del depósito de pérdida total de una compañía de seguros. Cubrí y oscurecí totalmente el garaje, y usé una linterna muy pequeña con la que iba “pintando” con el haz de luz, con el diafragma abierto, sacando de la oscuridad una cosa nueva.
Es interesante tu afán por crear algo nuevo a partir de algo que, digamos, ya ha terminado su vida útil.
Ha sido una experiencia fortísima, porque una cosa es ver estas imágenes, que tienen una calidad casi pictórica, y otra enfrentarse a una realidad que mucho más dramática. Uno se encuentra con cosas como fotos, sangre… tras la primera sesión estuve deprimido varios días. Fue como con mi primera sesión de fotos en la morgue.
La dualidad vida/muerte está constantemente presente en tu trabajo. En tu caso, ¿la mirada del psicólogo condiciona tu visión?
Definitivamente es parte importantísima de mi línea de interés y de mi interpretación de las cosas, entre ellas la negación de la muerte en la cultura occidental. En mi trabajo planteo un poco la puesta en valor de algo que a todos nos va a pasar, y que no tenemos por qué andar negándolo tanto. Se trata de incorporar algo que está sobrenegado culturalmente. Desde el momento en que uno nace ya empieza a morir, ¿no? Deberíamos aceptar esto.
En esta muestra tienes bastantes retratos. ¿Qué es lo que hace a un retrato, qué lo diferencia de una foto común?
Primero, la conciencia y aceptación del otro; la implícita aceptación de participar. Esa es una de las diferencias con respecto a hacer foto de calle. Hay complicidad y construcción conjunta. En mi caso, yo trato de que todas las variables (posiciones, actitudes, elementos, etc.) de la sesión sean decididas compartidamente, no las decido yo solo. Yo doy unas pautas generales, pero la persona que está delante del lente trabajando conmigo el proyecto puede tomar sus decisiones, diferenciándose.
Has hecho retratos de ambulantes y trabajadores, siempre en estudio…
No tengo nada fotografiado en la calle, tengo un problema con eso, nunca me ha gustado y tengo demasiadas reticencias. Pero lo humano prefiero reinterpretarlo y retomarlo dentro de un recinto, casi puesto en escena.
¿O tal vez sientes tu trabajo más cerca de el del analista, del terapeuta, que dialoga con su paciente dentro de un consultorio?
Definitivamente sí tiene que ver con esto, con mi formación. Las sesiones fotográficas terminan casi siempre siendo sesiones de escucha, y acaban tardándose cuatro horas o más, donde la tensión se desplaza de lo puramente fotográfico al vínculo, al diálogo que se establece entre los que estamos allí. Es casi una sesión terapéutica sin llegar a serlo, pero sí es una sesión de escucha, donde uno asume un papel de atención, de saber qué pasó finalmente con el otro, en este caso los ambulantes. La carga verbal fue tan grande que tuve que incorporarla de alguna forma, pues se trataba de información vital no fotografiable que había que articular de alguna forma. Por eso el texto alrededor de las fotos.
¿Quiénes son tus modelos para “Continuum”?
Por lo general trabajo con familiares o amigos, no me gusta emplear “modelos” que no conozco, porque creo que esto es un placer tan grande que quiero compartirlo sólo con gente a la que le tengo afecto. En este caso yo quería plasmar un ciclo vital, una continuidad, desde una fecundación hasta una persona adulta, y la mejor forma era visualizarme a mí e incorporar a mi familia; mi abuelo, mi padre, a mí mismo y a dos sobrinos. Cuatro generaciones de mi familia representadas allí.
También eres docente. ¿Cómo ves a las generaciones que se están formando ahora como los futuros fotógrafos?
En general hay un gran talento, una gran habilidad para construir imágenes, para expresarse visualmente; pero hay problemas para explicarlas o fundamentarlas conceptualmente, hay una especie de quiebre en esto. Equilibrar esto es complejo, y es uno de los principales problemas que tenemos. A veces tenemos que guiar en clase a los chicos con sus lecturas. Creo que han tenido un desfase entre la avalancha de información visual que reciben por muchos medios, y la capacidad de criticar o sustentar esto verbalmente. Y creo que esto tiene que ver con el tipo de formación escolar que se da en nuestro país.
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(Publicada en la Guía de Arte de Lima, Diciembre de 2004)