Las lecciones de mi traumatizante infancia

Mi generación creció en una época en que no habían psicólogos infantiles sembrando complejos de culpa en las mentes de nuestros padres. Bueno, tampoco habían vacunas contra el sarampión: pero esa es otra historia. A lo que voy es que, mientras que hoy nos arriesgamos que algún vecino nos envíe al Serenazgo por darle cuatro gritos a nuestros chuckies, nuestros padres tenían toda la aprobación social del mundo para darnos un par de lapos en «salva sea la parte».

En las casas de varios amigos míos se exhibía colgado un chicote (1), a modo de recordatorio de lo que les esperaba si osaban dejar comida en el plato, contestar de mala manera a los mayores, o traer malas notas del colegio. Era un arma de guerra psicológica, porque yo nunca supe que le cayera un chicotazo a ninguno. Creo que hoy en día eso se llamaría coerción, violencia psicológica, intimidación y no sé qué más hierbas, pero me figuro que no estuvo tan mal, porque ninguno de nosotros necesitó Ritalin, ni se metió a pandillero, barra brava ni ninguna otra actividad antisocial o ilícita. Y eso que el barrio en el que crecimos tampoco era tan tranquilo que se diga.

En las épocas de mi traumatizante infancia, por otro lado, no había televisión por cable, computadoras ni mucho menos Nintendo, mp3, celulares; pero no se nos ocurría ni por asomo ir a quejarnos con mamá «¡estoy aburrido!». Por que si lo hacíamos, lo más probable era que nos enviaran a hacer algo útil por la vida, como alguna tarea doméstica. Hoy en día, si el hijo nos sale con la cantaleta de «estoy aburrido» los padres estamos tan aggiornados con la historia de que «el niño sólo debe ir al colegio y jugar» que ni se nos ocurre darles quehaceres: ¿y si nos cae una denuncia por maltrato, o por emplear fuerza de trabajo infantil? Así que les compramos chucherías, los atiborramos de películas en  DVDs o gastamos lo que no tenemos (me incluyo) en llevarlos a pasear… y encima nos sentimos culpables.

Nuestros padres no sentían que debieran preocuparse por entretenernos o meterse en «cosas de chicos». De los niños se esperaba que encontrásemos por cuenta propia algo en qué entretenernos mientras los adultos trabajaban o hacían sus quehaceres. Y aunque aún no estaba de moda el reciclaje, inventábamos/construíamos cosas con cajas, pomos, cartón corrugado, frascos vacíos, corchos, carretes de hilo, etc… porque estaba asumidísimo que nuestros padres no tenían por qué comprarnos juguetes si no era ni Navidad ni nuestro cumpleaños, o si no habíamos ganado alguna medalla, diploma o premio en el colegio. Hoy en día, los pequeños dictadores tienen todo el apoyo del marketing para recordarles a sus padres todas las cosas que sus hijos no necesitan…  pero que podrían disfrutar. Y los padres (y sobre todo las madres), nuevamente atormentad@s por igual por el complejo de culpa, se las compran… para que se entretengan mientras estamos trabajando.

Los tiempos cambian, y ciertamente que nadie añora las épocas en que a una le caía un sopapo sin compasión por simplemente preguntar por algo que no estaba «bien visto», pero a veces me pregunto si nuestros padres y abuelos sabían algo que nosotros hemos olvidado. Cuando leo noticias tan tristes y horribles como lo que sucedió en el Estadio Monumental la semana pasada, me da por pensar que si la sociedad se ha vuelto más violenta no es solamente por todo lo que ya sabemos (lo de siempre), ni tampoco por factores como la desintegración de las familias o la pobreza extrema, por poner un ejemplo; esas cosas siempre han existido, y además la violencia social o familiar y la delincuencia se da en todas las clases sociales por igual.

Lo que me parece es que los frenos individuales a la libre expresión de la violencia se han relajado. O no existen. Y esas cosas vienen del modo como nos encauzaron en la niñez.  Si es que nos encauzaron, porque en la actualidad la palabra «NO» está mal vista, y demasiada gente se ha tomado demasiado a pecho la historia de que «a los niños no hay que hacerlos sentirse mal».

Tenemos que asumir que, si dejamos crecer a nuestros hijos sin reprimirlos ni corregirlos, porque eso «los hará sentir mal» o «va contra su libertad», pues entonces después no debemos sorprendernos cuando ellos usen su libertad de manera antisocial y luego no se sientan mal en lo absoluto por eso. Sí, es aburrido, es cansado, uno no quiere regañarlos ni estar encima de ellos corrigiéndolos, uno quiere pasarlo bien con los hijos, y por eso muchísimos padres «modernos» prefieren «ser amigos» de sus hijos. Lo cual tampoco me parece bien. Es evadir responsabilidades: emocionalmente es como dejarlo huérfano. Pero claro, como hoy en día está tan en boga el evadir absolutamente todo lo que pueda producir estrés…

Me inclino a pensar que quizás deberíamos escuchar un poco menos a ciertos pseudopsicólogos y mirar un poco más el estilo de crianza de nuestros padres y abuelos (que no tenían el menor empacho en decirnos que «NO» cuando les parecía conveniente), para rescatar las cosas buenas. Lo que los abuelos sabían y nosotros hemos perdido de vista es que como padres nos toca ejercer la autoridad (no confundir «ejercer la autoridad» con ser autoritario») para desde ella enseñar a los niños a gobernarse a sí mismos, a que se autoregulen, a que consideren y respeten los derechos de los otros miembros de la familia y de la sociedad, a que asuman responsabilidades y a que se hagan responsables por lo que hacen (y por lo que dejan de hacer). Y eso no se enseña dictando leyes, ni tampoco se aprende en el colegio. Eso se aprende en casa. Eso tenemos que enseñarlo nosotros.

Y para poder guiar en esto tenemos que ser padres, no «amigos». Ya habrá tiempo de ser amigos de los hijos cuando ellos sean adultos…

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(1) Chicote: Tipo de látigo corto.

6 comentarios sobre “Las lecciones de mi traumatizante infancia

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  1. Pienso igual que tu, y aunque probablemente no llegue a tener hijos, tengo la fe de que, como todas las tendencias que hay en el mundo, esta moda de hacer de tus hijos unos tiranos sea cíclica, y que la autoridad vuelva, dentro de algunas generaciones, como solución a la decadencia que vive nuestra sociedad.
    Y cuando vuelva, será una autoridad mas razonable, equilibrada y con menos autoritarismo.
    Será eso, o la cosa seguirá decayendo, y llegaremos al punto en que ya nada importe.

    Saluditos, te veo el 7 cierto?

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  2. Hola Jorge! Pues sí, ya estaré bien para ese día (ahora mismo estoy con una gripe fatal!). Seguimos con la convocatoria para el TwittAndChicken no?

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  3. Felicito a la autora por esta nota. Creo posible que, en las clases medias urbanas, muchos padres, por querer rechazar el autoritarismo del pasado, se hayan pasado al otro extremo. Cabe recordar que un niño no tiene todavia el mismo grado de libertad que un adulto y, de manera paralela, tampoco tiene el mismo grado de responsabilidad. La idea es que, a medida que va creciendo, debe ir asignandosele, primero al niño y, luego, al adolescente, cada vez mayores responsabilidades y, otra vez paralelamente, debe ir abriendosele mas y mas espacios para entrenarse en el ejercicio de su libertad. Los padres solo tienen 216 meses para conseguir formar un adulto plenamente libre y plenamente responsable. Para la magnitud de la tarea, es realmente poco tiempo! (TIldes omitidas)

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  4. Te doy la razón en parte, pero creo que también es cierto que nuestra generación vivió un mundo menos violento, o tal vez eso parecía porque antes no había esa profusión de información. Después llegaron los tiempos del terrorismo, a mis 10 años, y todo cambió radicalmente.

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  5. No sé si era menos violento, creo que más bien no nos enterábamos de tantas cosas como ahora. Lo del terrorismo fue otra cosa… pero igual lo pasábamos bien, ¿eh? Sólo que no se hacía tanto turismo interno como ahora, por las razones que ya sabemos.

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