Esto de enseñar…

Mis padres, maestros, han dedicado toda su vida al Magisterio Nacional, alternándolo sufrida y estresadamente con la actividad privada, porque de algo hay que vivir. Entonces, una de las frases más recurrentes de mi adolescencia, especialmente en la época en que a uno lo bombardean de presiones para elegir a qué se va a dedicar per sécula seculórum, era:

-Hijta, elige la carrera que quieras, lo que sea; si quieres dedicarte a las ciencias o a las letras, o ser artista, te apoyaremos, pero… no se te ocurra estudiar Educación!! Se trabaja mucho y es muy mal pagada!!!

Y esto, viniendo de personas que amaban su trabajo, que tenían cientos de exalumnos que los adoraban,  y que se contaban entre los primeros fundadores del primer SUTEP (el original, no el mamarracho politizado que es ahora) sonaba muy fuerte y caló muy hondo.

Sin embargo, los genes (o el karma) terminan saliendo a la luz en algún momento, y en más de un momento en mi vida he fungido de maestra: animadora de talleres para niños, asistente del coro de niños de Jean, directora del coro de un colegio chalaco, profesora de inglés, clases de música… entre otras cosas.

Tomando lista... la foto la hizo uno de mis estudiantes con su celular :)
Tomando lista... la foto la hizo uno de mis estudiantes con su celular 🙂

Cuando se presentó la ocasión de dictar clases en una institución superior, dudé un poco, fundamentalmente porque nunca estudié Educación, ni Docencia Universitaria, y también en parte por todo lo que se dice de «los jóvenes de hoy en día», que si son así, que si son asá, que si… etc. Al final acepté, en parte por que era un trabajo más, en parte por acumular otro logro en mi hoja de vida… y en parte por ver si de verdad el ogro era tan bravo como lo pintaban.

Resultó que sí, pero no, o sea, no pero sí, es decir… que a veces sí y a veces no, pero… OK, los muchachos de hoy son otra generación, han crecido de modo diferente, andan colgados de la tecnología, aprenden de modo diferente, juzgan el mundo de modo diferente, y es lo normal, me parece; es deber de cada generación tratar de escandalizar a la de sus padres. Los jóvenes son el futuro, y ellos lo saben muy bien.

Ellos, como decía Gibrán «habitan en la casa del mañana», pero al final tampoco son tan distintos de nosotros cuando éramos jóvenes. Fundamentalmente, lo que quieren, como queríamos nosotros, es ser escuchados y sentir que le importan al mundo.

Creo que lo que sucede con algunos colegas docentes muy curtidos es que ya se olvidaron de cómo éramos cuando jóvenes. Sí, a veces la juventud se pasa de «exuberante», por decirlo de alguna manera, pero creo que es, como diría el Chavito, «sin querer queriendo». Y parte de nuestro rol es hacerles ver que hay formas de canalizar esa sobrecarga de adrenalina y de ganas de comerse el mundo.

Los mayores tenemos la ventaja de que ya fuimos jóvenes, y de esas memorias alguna idea nos hacemos de cómo piensan y sienten los jóvenes de hoy. En cambio, a ellos que nos han conocido ya «en base cuatro», mayores, con anteojos, subiditos de peso, canosos y «vestidos de serios», les cuesta muchísimo imaginarse que alguna vez fuimos tan inquietos, desafiantes e innovadores como ellos.

Al final, esto de enseñar me ha gustado. Hasta el momento, lo disfruto. Y lo que me atrae es justamente eso: el estar en contacto con los espíritus jóvenes. Es una constante gimnasia mental… que también nos mantiene jóvenes. Y como nunca estudié Educación, ante la perspectiva de incursionar en la docencia recordé lo que me dijo nuestro poeta Washington Delgado hace años (en una entrevista que me concedió), cuando se encontraba preparando una historia de nuestra literatura colonial:

– En cuanto a historia, yo no soy un especialista. Y como no soy un especialista puedo proceder en forma un poco divertida, ¿no?.

Parafraseando al vate, al no ser yo especialista en Educación, no sólo puedo, sino que tengo que proceder de otra forma. Aparte de capacitarme y leer mucho sobre docencia, cuando preparo mis clases me imagino que soy una actriz preparando su espectáculo unipersonal para transmitir un mensaje. Pienso que tengo que plantarme ante X personas y mantener la atención de todos… y tengo que tener recursos hasta para saber manejar al que interrumpe la función.

Eso, más recordar cómo hacían los mejores maestros que tuve, más observar atentamente cómo hace ahora gente que enseña y cuya capacidad de «meterse al auditorio en el bolsillo» admiro muchísimo, me han sido de gran ayuda. No sé si esto será muy pedagógico o no, pero como yo tampoco he sido nunca muy «ortodoxa» supongo que me viene bien. Debe ser, porque este enfoque me ha funcionado (eso creo) hasta ahora. El día que no me funcione más, habrá que pensar en otra cosa 🙂

Uno de mis primeros grupos... después de que aprobaron el curso, claro 🙂

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