A veces es como si el universo entero conspirase para que una historia no se quede sin escribir, Y ésta la tengo pendiente desde 1995, así que ya es tiempo de que vea la luz.
Hace pocos meses recuperé contacto vía email con Genésio, un antiguo amigo brasileño a quien conocí en uno de los festivales corales a los que tuve el privilegio de asistir; hace pocos días llevé a mi hija al cine a ver «Rio» (en 3D) y la secuencia final del desfile en el sambódromo me siguió desoxidando viejas neuronas memoriosas; hace pocas horas conseguí uno de los muchos CDs recopilatorios de Putumayo Records… y casualmente en el venía una canción de Martinho da Vila, una de las protagonistas de esta historia.
Es hora de volver a escribir…
Corría el año de 1995, y era el último día del Festival de Coros de Chile, al que habíamos asistido. Tomen nota: último día, lo que significa que estábamos todos agotados por el duro trajín de ensayos y conciertos, pero quedaba aún asistir al almuerzo de confraternidad y despedida. Tomen nota; Chile, léase Latinoamérica, es decir, que por más European-like y super organizados que sean los chilenos, la organización no fue para nada como los festivales europeos a los que habíamos ya asistido.
Así las cosas, todos los cantantes (de todos los coros), cansados, un poco hartos por la desorganización y con ganas de volvernos ya a casa, nos hicimos presentes en el almuerzo en cuestión, el que, con puntualidad muy latinoamericana, no tenía cuándo empezar. Cansados, hartos, y por añadidura hambrientos, ya estábamos todos con las caras largas, c*gándonos en la p*ta madre de la confraternidad y empezando a refunfuñar… cuando de pronto los brasileños, los compañeros de Genésio (lo había conocido dos días antes), decidieron que era hora de hacerse cargo.
Alguien empezó a tintinear unos cubiertos; otros siguieron el ritmo golpeando las copas con las cucharas; otros más empezaron a usar las mesas como tambores; otro grupo siguió batiendo palmas, alguien sacó por allí una pandereta y otros se soltaron a cantar y a improvisar acompañamientos de percusión vocal y silbidos, y en menos de un minuto ya todos los brasileños se habían unido y casi armado tremenda escola de samba con sus alegres, intrincadísimos y sincopados ritmos.
Fue absolutamente increíble. Es lugar común hablar de «la alegría brasileña», pero otra cosa es vivirla en carne propia; huelga decir que el resto de las delegaciones latinoamericanas presentes no necesitamos invitación porque como dice el refranero el que canta su mal espanta… así que en pocos momentos nos olvidamos del hambre y nos unimos a la fiesta, todos aplaudiendo, saltando, gritando, silbando, cantando lo que podíamos y bailando hasta subidos en las sillas:
No recuerdo los títulos de todas las cosas que cantaron, pero fue uno de esos momentos únicos que, aunque no haya video que los registre (recuerden, era 1995, no había celulares con cámaras en esa época) se le quedan a uno grabados para siempre en la memoria; fue el momento que salvó el día. Al poco rato empezaron por fin a fin a desfilar los camareros, presurosos, con los vinos y las comidas, pero para entonces ya nos habíamos reconciliado con el asunto de la confraternización y estábamos todos muy animados, conversando y conociéndonos un poco más, ya que durante el festival en sí casi no se había podido, a diferencia de lo que había ocurrido en festivales europeos.
Y ya de vuelta cada uno en su casa, Genésio y yo continuamos en esporádico contacto epistolar, interrumpido temporalmente tras unas mudanzas, y al fin recuperado vía email. Hace tiempo, cuando me contó de ciertos cambios grandes en su vida, me dijo «es que decidí ser feliz». Y es que, claro, ser feliz, gozar de la vida, amar, y todo lo que vale la pena en esta vida, requiere de decisiones voluntariamente asumidas… y de trabajar mucho para mantenerlas en pie, pese a todo.
Y la actitud positiva ayuda mucho. Deixa a tristeza pra lá decía la canción aquella; aunque suene trillado siempre es un buen consejo, y saben qué? Aunque haya momentos en que parezca imposible, siempre se puede dejar a un lado la tristeza y ponerle buena cara al mal tiempo. Canta forte, canta alto / Que a vida vai melhorar…
Y los dejo con una foto, un recuerdo de ese viaje y de algunas de las personas que conocí en él.

Ya me imagino ese ánimo de fiesta… ni el hambre pudo con eso.
Qué bonitos recuerdos.
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