Nuevamente lunes, día del posts del recuerdo. Luego de algunas fechas algo sazonadas, republico esta entrada de mi antiguo blog. Como de costumbre cuando hablo de situaciones que involucran a terceros, todos los nombres han sido cambiados, y algunas circunstancias ligeramente modificadas para preservar el anonimato de otros. Rebobino: este post apareció originalmente el Sábado 26 de Agosto de 2006, y tuvo once comentarios, que se pueden ver en el post original.
Cuando veo a los jóvenes émulos de Baco tomando sus tragos como tanta avidez si fuese la última vez que podrán hacerlo, recuerdo mis propios años traviesos. Es que, contrario al dicho popular, esta vaca no se olvida de cuando fue ternera: y mi primera tranca la recuerdo como si hubiese sido anoche.
Andaba yo alrededor de mi primer cuarto de siglo, y una noche, a la salida del trabajo, tenía un ensayo impostergable. Como también se jugaba un clásico (sí, un U-Alianza) y nadie se lo quería perder, ensayamos todos nuestra música con un televisor (¡con el volumen apagado!) para poder ver los goles. ¡Y ganó Alianza!
Nos fuimos a celebrar a un huarique miraflorino muy concurrido por entonces por la gente de nuestra especie, un restaurante-de-día y chingana-de-noche llamado “Nautilus”. Las chelas iban y venían, y como dicta la etiqueta etílica, encontramos a un punto a quien joder: Pocho, el único sufrido crema del grupo, que nos había acompañado en esa celebración aliancista porque podían más sus genes borrachófilos que el amor por la camiseta.
– Este ‘uón de Pocho es capaz de vender a su hermana por trago– sentenció Gonzalo, el líder el grupo, mientras nos descosíamos de tantas carcajadas.
No recuerdo en qué momento me cansé de la cerveza y cometí el craso error de cambiar a Ron con Coca Cola. Sí recuerdo que un rato tras el cambio la conversa se puso interesantísima, los chistes parecían irrepetiblemente graciosos y súbitamente pensé que me estaba divirtiendo como nunca antes de mi vida. El ron estaba buenazo y venía muy bien con el frío de eme que hacía, de modo que vinieron uno más, y un tercero…
Había llegado a tal punto de desinhibición que yo misma (¡yo!) estaba contando chistes e imitando a los patas ausentes, cuando de pronto sentí el imperioso llamado de la naturaleza. Localicé el cartelito “SS.HH. DAMAS” y hacia él me dirigí. El problema fue que apenas traté de dar un par de pasos, me di cuenta de que no iba a llegar jamás, al menos no por mis propios medios.
Como yo era la única chica, mis amigos sólo pudieron ayudarme a llegar hasta la puerta del baño, y cruzar los dedos para que no me matara adentro. ¡Eureka! Me demoré un siglo –porque alguna estúpida había cambiado de lugar la puerta– pero finalmente salí, sintiéndome victoriosa. Vini, vidi, vinci. ¿Quién osaba decir que estaba borracha?
– Noooo, ya pues chiiicos, no se paaaasen, ¿qué? Ya puessss, ¿ustedes nomás se pueden divertir? ¿O se quieren ir a otro lado? ¡Ahora les sale lo machistas de eme! ¿Por qué me van a llevar a mi casa? ¿ah? ¿y justo ahora? ¡¡NOOOO!!
– Verdad, oye, no te podemos llevar así como estás, ¡tu mamá nos mata! Mejor vamos a buscar algo de comer por ahí como hacer tiempo para que te despejes- decidió unilateralmente Gonzalo, con la aprobación de todos.
Y a pesar de mis ya estentóreas protestas, eso hicimos. Recorrimos en el auto de Gonzalo medio Lima y balnearios durante un par de horas, entre sandwichitos y mucha Coca Cola (ya sin ron) mientras yo cantaba (mejor dicho, gritaba) totalmente after hours y a voz en cuello canciones de The Police, Madonna y hasta de Mecano:
– Déeeeejalo yaaaaa / (hic!)/ sabes que nuncaaaa has iiido a Veeenus en un barcooooo…. (hic! hic! hic!)
– De saber que le iba a agarrar así nos mejor nos chupábamos su trago- dijo Willy, el intelectual, aguantándose la carcajada.
A eso de las 3am ya me sentía soñolienta, dejé de reírme de la inmortalidad del mosquito, y Gonzalo juzgó que ya no se expondría a ser fulminado por mi madre. Sin embargo, precavido él, apenas me vio introducir la llave en la puerta de mi casa se subió al auto, arrancando embalado apenas me vio hacerle adiós con la mano.
Junto con el motor que se alejaba, tronó la voz de la Matrona Romana:
– ¡Estas son horas de llegar! ¿Dónde te habrás ido a meter ahora? ¡Cómo llegas en ese estado! ¡Cómo una señorita va a andar dando esos papelones!
Mi mamá no tenía por qué saber que hacía tiempo que yo ya no era, técnicamente hablando (¡ejemmm!) “una señorita”. En fin… mi perrita, al parecer el único habitante de la casa que se alegraba incondicionalmente de verme llegar, se unió a la bienvenida, ladrando de júbilo como una poseída. A esas alturas ya me estaba empezando a doler la cabeza por efecto del alcohol y de todos esos decibelios, y lo único que quería era tirarme en mi cama. De modo que sólo atiné a sacarme los zapatos y decir:
– Mamá, por favor… shhhhhht…..
Y me fui sin decir nada más a mi cuarto.
No pude dormir, al igual que Suárez Vértiz en “Cuando la cama me da vueltas”. Ese fue el comienzo de la resaca más malvada, horrorosa, maleva y espantosa que la humanidad haya visto. No sé si todas son así o si sólo tuve mala suerte, pero como jamás he compartido el espíritu heroico de Alcides Carrión, no me quedaron ganas de experimentar nuevamente en mi cuerpo esa tortura. Tan fea sentí esa resaca, que no me quedaron ganas de repetir el plato, y esa primera tranca sigue siendo, hasta hoy, la única.
Pero no me convertí en en abstemia militante. Sólo que con el tiempo aprendería que es posible conversar alrededor del trago por horas y horas, tomando (¡vaya verbo redundante!) las precauciones del caso.
Epílogo:
Hace poco encontré en una agenda vieja el teléfono de Gonzalo. Estuve por llamarlo, pero al final no lo hice. Cuando una no ha visto a alguien en mucho, mucho tiempo, siempre sobran los pretextos socialmente aceptables para seguir no-viéndolo. En vez de llamarlo, me serví un tinto y empecé a reunir mis recuerdos… que terminaron en este post de hoy.
Por eso es mejor empezar a explorar los propios límites bien temprano… jajaja salud?
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yo llevo algo de 7 años dentro de la botella y no tengo intenciones de salir por ahora… todavía no encuentro mis verdaderos límites xD quiero ver hasta dónde me lleva el trago 😛
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«¡Ahora les sale lo machistas de eme! ¿Por qué me van a llevar a mi casa? ¿ah?», jajajajajaja, se te salió todo la Manuela Ramos.
Esta comprobado que las mujeres son de baja cultura etílica.
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