Los años maravillosos

I

Empecé en 1983: me retiré de la práctica continua en 2000, cuando nuestra directora se retiró debido a su avanzada edad. Fueron 17 años en los que la música y el canto coral formaron parte integral de mi vida.

A modo de anécdota, recuerdo que alguien me preguntó, perplejo, poco después de estrenar el anillo de compromiso que Osamu me había regalado, “Pero, ¿cómo así te decidiste a casarte?

Bromeando le contesté:

– Bueno, es que como Jean se jubiló y cerró el coro, algo tenía que hacer con mi tiempo…

Diecisiete años es un lapso respetable. Muchos matrimonios duran menos que eso.

Hablar de mis años corales es hablar de Jean Tarnawiecki. Cuando la conocí, el entrar yo a la universidad, no había tenido ningún entrenamiento musical «formal», salvo el del coro parroquial, ni tampoco tuve nunca una voz especialmente bella, pero Jean supo ver lo que yo podía llegar a ser, y con infinita paciencia me formó musicalmente.

Tenía 16 años, y como a esa edad las energías sobran, ni los ensayos de casi tres horas ni el nutrido programa de constantes conciertos y presentaciones que Jean nos preparaba, nos agotaban. Amábamos lo que hacíamos, y por añadidura Jean creía que no tenía sentido ensayar y ensayar y no presentarnos en público. Era además buen pretexto para aprender repertorio nuevo todo el tiempo.

Para mí, que por entonces no tenía más mundo que la esquina de mi barrio y mi parroquia, ese primer año fue toda una revelación. No sólo era entrar de lleno a los Estudios Generales, sino que cada obra que estudiábamos, fuese renacentista, clásica, popular, folklórica, latinoamericana, etc., venía con su propio paquete de conocimientos extramusicales incluido (historia, geografía, idiomas, literatura, etc.) y Jean se aseguraba de que los asimiláramos.

Y fue ella, la gringa de Boston, la que siempre nos recalcaba:

– Lo primero que tienen que aprender es su propia música. ¡Es su cultura! ¿Cómo puede ser que no la conozcan?

Así fue que Valicha llegó a ser una de las piezas constantes en nuestro repertorio, junto con A La Molina. El Alcatraz y también San Miguel de Piura. Pero luego vendrían muchas otras.

II

Amanecía en algún lugar sobre el Atlántico. Un rato después de que las azafatas retiraron las bandejas del desayuno, sonó por los altavoces la voz del capitán:

– Nos hemos enterado de que tenemos a un grupo de cantantes a bordo. Les invitamos a que nos regalen unas canciones para amenizar este vuelo.

El coro universitario había dejado de existir hacía años, pero hacía ya algún tiempo que Jean había convocado a varios ex-miembros para fundar otro en su casa-instituto de Barranco; y nos dirigíamos a participar representando al Perú en el festival internacional Europa Cantat 1991, en Vitoria (España).

Un festival coral es sumamente exigente física y mentalmente: cada minuto del día está programado, y se requiere de mucha disciplina y energía. Generalmente las mañanas se dedican al estudio y ensayo de la(s) obra(s) del taller escogido; en las tardes hay sesiones de canto en común y también los recitales programados de cada uno de los coros participantes; y por las noches, hay muchos conciertos a los cuales asistir. Aunque que no faltaron tampoco los momentos divertidos, como cuando nos encontramos a aquellos muchachos en aquella tasca:

– Y vosotras, ¿de dónde sois?

– Somos de Perú.

– ¡La puta hostia! Pero, ¿cómo coño tenéis un presidente japonés?

La tarde de nuestro recital, basado mayormente en repertorio peruano. fue una experiencia inolvidable: no nos esperábamos la estrepitosa ovación que nos obligó a volver a salir al escenario a cantar otras dos piezas. Había sido un buen recital, sí, pero además nos llenaba de orgullo el haber llevado nuestra música hasta allí, y sobre todo, ver la palabra “Perú” en el afiche, en el programa, en el auditorio, en boca de todos. La emoción era, aunque sea lugar común decirlo, indescriptible.

Era un largo recorrido para la chica que creció en el barrio, y se lo debía en gran parte a Jean. Es verdad, estás acá, y todo esto está ocurriendo me decía una voz interior. Claro que para entonces ya me había graduado de la Universidad, ya estaba trabajando, ya había salido del barrio, y ya tenía años de experiencia como coreuta; pero una experiencia como ésa, difícilmente la habría logrado yo sola, sin un punto de apoyo, sin guía, y sobre todo, sin trabajo en equipo. Fue muy difícil, porque nadie nos alentó. Pero lo hicimos. Y un logro como ése le deja a una marcada para siempre la sensación de que los retos y las dificultades son nada más unos baches que hay que aprender a sortear en el camino a la meta.

III

Pasaron los años, hubo cambios en las filas del coro, asistimos a más festivales, nos volvimos viajeros experimentados. Como dice Gabo, de todos los placeres, el más triste es el viajar, y así la emoción inicial fue cediendo el paso al prurito de hacer las cosas cada vez mejor y a estudiar obras cada vez más difíciles técnicamente: nos volvimos super exigentes con nosotros mismos, y eso es, creo, una de las cosas más importantes que me enseñaron aquellos años. Hay que darse íntegros en el proceso (y por extensión, en cualquier cosa que uno emprenda) y siempre tratar de hacer las cosas mejor, siempre avanzar, mirar adelante. Y así llegué a ser la maestra asistente del coro de niños de Jean, y pude disfrutar esa deliciosa satisfacción de ver sus caritas de alegría al aprender algún pasaje especialmente difícil. Fue una linda época.

IV

Todos sabíamos que ese día iba a llegar tarde o temprano, pero igual nos tomó por sorpresa. El funeral de Jean congregó a varios cientos de personas, pues nuestro coro había sido sólo uno de los muchos que había fundado. Fuimos a darle el último adiós del único modo que podíamos hacerlo: cantando. Donde hay gente que canta, no puede haber tristeza, solía decir ella. El hecho era que Jean había tenido una larga y muy fructífera vida, y eso había que celebrarlo.

Pero yo no podía quitarme de encima la sensación de que su partida marcaba el fin de una era, hasta que me encontré allí en el velatorio con Erick, uno de nuestros ex-niños del coro, quien a esas alturas ya era un hombre. Me saludó como si nos hubiésemos dejado de ver el día anterior, y sentí que el legado de Jean estaba en cada uno de nosotros, pero muy especialmente en las generaciones más jóvenes. Y que estaba, más que en la mucha o poca música que hubiésemos podido aprender, en las experiencias que la música nos había dado, y en la en la clase de personas que Jean y sus enseñanzas habían formado.

Y obviamente, la música siempre está allí. Y la vida sigue. Ya no he vuelto a integrar formalmente ningún otro elenco coral, salvo en contadas ocasiones muy especiales, porque me dediqué a otros proyectos, a relanzar mi carrera, a desarrollar otros aspectos de mi vida, a criar a mi hija: pero mi amor por la música no ha muerto ni morirá, y el goce que sigo teniendo con ella sigue llenando mi vida de alegrías, acompañándome en mis momentos difíciles, alentándome a seguir mirando siempre hacia adelante. Y gran parte de lo que soy hoy en día se lo debo a aquellos años en que la música fue el centro de mi vida.

Y los dejo con un playlist (WordPress no me dejó incrustarlo, tendrán que cliquear el link) de algunas de las canciones que eran parte del repertorio que solíamos llevar a los festivales internacionales.

9 respuestas a “Los años maravillosos

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  1. Que bella historia pero me quede con ganas de ver una foto de Jean. :O)

    Yo tambien cante en un coro pero no fue tan grande como el tuyo, solo fue en mi colegio y disfrute mucho esos años, de adulta cante en el coro de nuestra iglesia tambien pero como dices tu, uno despues se va dedicando a otras cosas … los hijos, el trabajo, el marido … que se yo, sin embargo el amor por la Musica Siempre Esta Vivo!!!!

    Bellisimo post!

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  2. Realmente, logras transmitir la esencia de esos años maravillosos. Alguna vez leí que en un coro se goza por dos lados: por compartir belleza y por ser parte de algo más grande.
    Saludos.

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  3. hola soy liliana,la verdad me conmovio esta reseña a jean ,yo tambien conoci,estuvo en la schoola cantorum junto a Erick…lamentablemte me entere de la noticia un tiempo despues y no sabes, empece a recordar tantas cosas y lo mucho que jean influyo en mi, fue una maravillosa persona que ahora canta a diosito….. Gracias Isabel por tus palabras.

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  4. Excelente reseña de lo que fue nuestra vida coral, en mi caso fueron 20 años cantando con Jean Tarnawiecki. Me siento muy feliz de ver los logros musicales de tantos amigos con los que compartí esos años y que continúan el legado de Jean en nuestro querido Perú. Increíble que tantos de sus discípulos ahora pueblen otros lares y países. Todos conservamos con nostalgia y gratitud su ejemplo.

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