«Mary Poppins» y la vigencia de la magia.

Hace algunas semanas compré, entre otras películas, la edición especial por el aniversario n° 40 de «Mary Poppins». Aunque siempre he admirado a Julie Andrews como cantante, compré la película más pensando en que mi mamá (una ex «bailaora» de flamenco) es fanática de los viejos musicales hollywoodenses; no pensé que a mi hija le pudiera agradar una historia que se desarrolla en una época y lugar muy distintos (Londres, 1910) y con efectos visuales que actualmente lucen ya anticuados. Pero sobre todo, mis propios y difusos recuerdos de este antiguo filme databan de mi muy tierna infancia, y habían sido malamente sustituidos hasta el hartazgo por la fresísima secuencia del tap de los pingüinos, que la TV local todavía nos endilga como promoción.

De modo que enorme fue mi sorpresa cuando ví a abuela y nieta enganchadísimas –muy especialmente la nieta– con la película. Y me sorprendí aún más cuando noté que nunca había visto a mi hija tan atenta a una película. Ninguna de las modernas producciones de Disney/Pixar habían conseguido «pegarla al asiento» de esa manera y por tanto rato. Así que me senté yo también a verla, a tratar de dilucidar lo que estaba pasando. Es verdad que La Enana está acostumbrada al formato de los musicales de tanto ver a los Backyardigans, pero un musical con actores era nuevo para ella.

Mientras mi hija se reía, mi mamá se divertía con las secuencias de danza, y yo admiraba una vez más la voz de soprano de coloratura de la joven Julie Andrews. «Mary Poppins» nos presenta muy buenas canciones, con música pegadiza, que se han convertido en clásicos de la cultura popular como «Chim, Chim Cher-ee» o «Supercalifragilisticexpialidocious«: pero creo que lo que más atrae al espectador infantil es la historia en sí, repleta de magia.

Efectivamente: basada en la serie de libros de P.L. Travers,»Mary Poppins» nos presenta la historia de una niñera con poderes mágicos, los que utiliza para arreglar situaciones y alegrar la vida de los niños con quienes trabaja. Y esta premisa es la que resulta ser tan efectiva para mantener enganchados tanto a los niños reales como al niño nostálgico que habita dentro de cada adulto. El atractivo de la magia no tiene fecha de caducidad (y si no me creen, pregúntenle a J. K. Rowling). ¿Quién no quisiera disponer del poder de la magia para resolver los enredos y presiones de la vida cotidiana? Pero este tema y sus implicancias ya son materia de otro post.

La película tiene muy pocos diálogos; apenas lo necesario para mantener el hilo de la narración musical, lo cual se explica considerando que, al menos según se afirma en el material adicional del DVD, el viejo Walt Disney encargó hacer primero las canciones y después el guión. Y el resultado de esto es una narración audiovisual que transcurre más o menos del mismo modo que los sueños. Y a pesar de esto, o quizás más bien, por esto mismo, el argumento de Mary Poppins sigue funcionando tan bien a más de 40 años del estreno oficial.

Y cuando digo que sigue funcionando tan bien no me refiero únicamente a que a mi Enana le haya encantado. Movida por la curiosidad me puse a buscar un poco en Google, y descubrí que no sólo se le considera ya «el clásico» por antonomasia de las producciones antiguas de Disney, sino que además este musical ya está en Broadway (desde 2006) con dos funciones diarias, y con un gran éxito de taquilla hasta el momento. La novedad es que en esta versión teatral, la autora original, P.L. Travers, se pudo sacar (a sus 90 y pico años) el clavo que le dejó el viejo Disney: exigió al productor –Cameron MacIntosh– como condición para la puesta en Broadway que todo el elenco fuese británico y que se hiciera una nueva adaptación del libreto (agregar nuevas canciones y nuevas situaciones), a cargo de escritores también exclusivamente británicos. Y muy específicamente que no se convocara a nadie relacionado con la película o con el imperio Disney. (Lo único que no se pudo fue dejar de lado los derechos de Disney sobre la explotación de la historia, de modo que la corporación es co-productora y el show se encuentra listado en la webpage oficial de «Disney on Broadway«).

Y es que no fue secreto para nadie que ella detestaba lo que había hecho Disney con sus historias. Según ella, habían almibarado y desfigurado al personaje principal. Yo no he tenido acceso a los libros originales, pero teniendo en cuenta que el astuto y millonario Walt siempre dijo que lo que más le interesaba era masificar el consumo de los dibujos animados, pues me figuro que las quejas de Travers deben tener fundamento.

Y claro que, mirando la cinta con ojo crítico, Dick van Dyke habrá sido un excelente cómico y bailarín, pero ¿encarnar a un callejerito londinense, con ese terrible acento tan nasalmente norteamericano? No way. ¿Y a santo de qué tenían que meter a esos insufribles pingüinos fresas? Para el ojo adulto, y especialmente cuarenta años después, la película tiene varias otras notorias fallas. Pero lo que la salva es, literalmente, la magia de esta atípica nanny inglesa, que bien podría haber sido la bisabuela de Harry Potter, y claro, el enorme poder de unas canciones bien hechas. La magia-magia y la magia de la música alcanzan para empaquetar todo el resto y convertirlo en un producto atractivo.

Pero tampoco hay que ser mezquinos, pues con cuestionamientos y todo, tanto Dick van Dyke como Julie Andrews son artistas fogueados en la vieja escuela del vodevil; es decir, que actúan, cantan y bailan ellos mismos. Verdaderos showman y showwoman entrenados en más de una habilidad. No me imagino a ninguna juvenil actricilla norteamericana de las actuales –salvo quizás Emmy Rossum, que canta muy bien pero es muy flaca y tampoco sabe bailar– encarnando a Mary Poppins en un posible remake: dicen por allí que Steven Spielberg ha amenazado con producir uno. Esperemos que le hagan caso a P. T. Travers… y que no lo hagan.

Y los dejo con mi selección de la película: la canción en en la que se luce la perfecta afinación, impecable fraseo y hermoso timbre de voz de la juvenil Julie Andrews, «A spoonful of sugar». Después de todo, con el estrés con el que vivimos todos actualmente, ¿a quién no le caería bien «just a spoonful of sugar»?

Hasta la próxima.

6 respuestas a “«Mary Poppins» y la vigencia de la magia.

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  1. No soy muy partidario de los musicales, y cuanto menos azucar … mejor.

    Estando en Londres el 2004 vi propaganda de la presentacion en el teatro, claro… no habia mejor forma que colocar en letras grandes lo de «Cali….»

    Toca mencionar el doblaje, te dejo dos videos

    En el primero sale el actor que doblo a Van Dyke

    atencion al 6:20

    Y en el segundo una divertida parodia protagonizada por Jose Poppins, ya que el doblaje latino de esta peli tambien fue oido en España

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  2. la verdad no he visto esta película completa, solo varios trozos inconexos y a ratos. Con este post, la verdad me han dado ganas de verla, ya tendré oportunidad.

    besos!

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  3. Ah qué lindo. la primera vez que tuve conocimiento de Mary Poppins fue cuando era niña y Regina Alcover la presentaba en el teatro. Recién varios años después pude ver la película original. Me encantó, y las canciones son unos super clásicos.

    Besos

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